lunes, 10 de enero de 2011

A casi nueve años de la cacería policial que se cobró la vida de los militantes piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán me parece de vital importancia refrescar la memoria releyendo las notas que salieron el día siguiente en los diarios de mayor tirada. Con sangre nos recuerda la coyuntura que los mecanismos represivos aún permanecen latentes. 





Diario Clarin 27-06-2002 
Copete: No se sabe aún quienes dispararon contra los piqueteros.
Título de tapa: La crisis causó 2 nuevas muertes
Epígrafe: Una de las víctimas mortales, en el piso de la estación Avellaneda. A la derecha, un policía llega al lugar. Los dos muertos recibieron impactos de bala, igual que otros siete de los heridos. (Foto: P. Mateos)

Crónica: 

OTRA VEZ LA VIOLENCIA: YA SON 31 LAS MUERTES DESDE LOS HECHOS DE DICIEMBRE QUE DERIVARON EN LA CAIDA DE DE LA RUA

Hubo dos muertos y más de veinte heridos en un choque entre policías y piqueteros

Grupos de manifestantes intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en Avellaneda. La Policía bonaerense los reprimió. Dos jóvenes murieron baleados y todavía no se sabe quién los mató.
Walter Curia. DE LA REDACCIÓN DE CLARÍN.

La muerte de dos jóvenes de entre 21 y 23 años durante la protesta piquetera de ayer en Avellaneda incorpora el elemento trágico en los aún no cumplidos seis meses del gobierno de Duhalde.
Las imágenes en el puente Pueyrredón, en la estación Avellaneda y en el Hospital Fiorito remitieron inevitablemente a los episodios de diciembre pasado que dejaron 29 muertos y terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa. Desde entonces, y con los dos de ayer, ya son 31 las víctimas en la peor crisis, por su multiplicidad de factores, de la historia argentina.
Duhalde permaneció ayer desde las cinco de la tarde y hasta casi las nueve y media de la noche reunido con su gabinete en Olivos evaluando los hechos. Los funcionarios que fueron contactados por Clarín y que participaban del encuentro transmitían un doble sentimiento de consternación e incertidumbre.
En una conferencia de prensa al término de la reunión, el secretario de Seguridad Interior Juan José Alvarez manifestó el "pesar" del Gobierno por lo que calificó de "hechos gravísimos".
En una reunión previa y más restringida en Olivos con el Presidente, de la que participaron Alvarez, el jefe de Gabinete Alfredo Atanasoff, y el titular de la la SIDE, Carlos Soria, se analizó el impacto que los episodios de ayer podrían tener en adelante sobre el explosivo cuadro social. Adelante es hoy: la CTA convocó a un paro de actividades y a una marcha a la Plaza de Mayo junto con el movimiento piquetero de la Corriente Clasista y Combativa.
"Es el comienzo de una escalada de violencia organizada", resumió una alta fuente oficial. Se espera para hoy no menos de 2.000 policías en las calles.
Expuesto a mil frentes, y con un escenario social posbélico, el gobierno de Duhalde acaso mostraba hasta ayer como único rellano el mantenimiento de la paz social. Por eso Olivos transmitía una sensación de pérdida tan profunda.
La crónica de los hechos podría contarse desde las 10.30, cuando un número de manifestantes del Bloque Piquetero Nacional que según la Policía bonaerense no superó los 1.200 (otras fuentes hablaban de 2.000) se concentró en la bajada de Avellaneda del Puente Pueyrredón, en una protesta anunciada.
El Gobierno había difundido la noche del martes la información de que desplegaría en la zona unos 2.000 efectivos de la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía bonaerense para garantizar la libre circulación entre la Capital y la provincia. Una decisión que había sido adoptada hacía ya semanas.
El choque, algo después de las 12 del mediodía, entre policías bonaerenses y piqueteros remitió en el acto a aquella decisión oficial. Pero también a la tensión dentro del Gobierno y fuera de él en torno a la política de seguridad, en especial a ciertos rasgos de "permisividad", según los sectores más críticos.
La decisión del Gobierno de impedir los cortes de los principales accesos a la Capital equivale, en efecto, a un endurecimiento objetivo de su política de seguridad.
Pero fuentes del Gobierno y de la gobernación bonaerense oponen a esta idea la aparición de un nuevo comportamiento de los manifestantes piqueteros, como encierra el término "escalada". Es una lógica de trampa, en la que una posición genera y justifica la otra.
"Quienes manifestaron son otros", dijo anoche Alvarez buscando reforzar ese análisis. El secretario de Seguridad también mencionó que "no había con quién negociar" entre los piqueteros, un ejercicio cotidiano en este tipo de manifestación de protesta. Y que los nuevos manifestantes actuaron ayer "de manera violenta e irracional".
Hasta bien tarde anoche no había información sobre las circunstancias en que se produjeron las muertes. Sólo se sabe que los dos jóvenes murieron por impactos de bala, en la estación de trenes de Avellaneda, al menos a diez cuadras del lugar donde estallaron los incidentes.
La Policía bonaerense está en el centro de la sospechas, que aumentarán en la medida en que no se avance sobre una versión oficial de los hechos. La falta de información sólo crió fantasmas.
Una de las versiones hablaba de que los disparos podrían haber provenido de los propios piqueteros. Pero de los más de 170 detenidos (fueron todos liberados) que dejaron los incidentes no se incautó ninguna otra arma que no fuera improvisada.
El enfrentamiento derivó en una persecución de la Policía bonaerense sobre los manifestantes en un amplio radio en torno al centro de Avellaneda. Hubo una razzia frente a las cámaras de televisión, que incluyó la irrupción de la Policía en un local partidario de la Izquierda Unida. El diputado Luis Zamora y la legisladora porteña Vilma Ripoll sacaron a los empujones a un hombre de la infantería.
La Policía también hizo detenciones en el Hospital Fiorito, donde ingresaron 21 heridos, siete de los cuales de bala. El jefe del operativo policial, el comisario Alfredo Franchiotti, recibió dos trompadas en el rostro mientras hablaba con periodistas en la playa de ambulancias del hospital.
Una reacción espasmódica llevó a los partidos de izquierda a una convocatoria a la Plaza de Mayo que fue menor; otros grupos se concentraron en el Congreso. El centro de Buenos Aires era para el atardecer un sitio desolado.
Sin un proyecto colectivo, sin crédito y buscando consuelo de tontos en una región marginal del mundo, los episodios de ayer refuerzan la sensación de que Argentina vive un período de completo extravío, en el que lo peor todavía no ocurrió. 

Editorial: 

OTRA VEZ LA VIOLENCIA / ANALISIS: EL ESCENARIO QUE SE ABRE CON LAS MUERTES DE AVELLANEDA
Una escalada de violencia que vuelve más frágil a la democracia

El Gobierno enfrenta su momento más difícil, acechado por la economía, la crisis social y, ahora, también por la violencia que había logrado controlar.


Julio Blanck. DE LA REDACCIÓN DE CLARÍN.

La democracia argentina está hoy aún más débil que ayer.
No se trata de la fortaleza o debilidad de un gobierno, como el de Eduardo Duhalde, que nació frágil y transitorio; y cuyo mérito mayor, si llega a lograrlo, será crear las condiciones para que otro gobierno, legal y más legítimo, se haga cargo de la brasa ardiente que es el país y su crisis.
Es mucho más que eso: la amenaza que vuelve a ensombrecer a los argentinos, como en diciembre pasado, es la de una espiral de violencia sin control, un horizonte de sangre que sólo puede alumbrar una democracia más restringida o, todavía peor, una etapa de autoritarismo —tradicional o maquillado— que no recuperará la justicia perdida y que, además, recortará dramáticamente la libertad.
La sangre vertida ayer en Avellaneda, y sin quitarle un gramo a la tragedia humana irremediable que supone, puede mirarse como parte de una ecuación política en la que hay ganadores y perdedores.
Está claro que los que pierden son quienes, en la sociedad y en la política, apuestan a una resolución incruenta del conflicto social y pretenden dar la ineludible pelea por el crecimiento y la equidad bajo normas de convivencia democrática.
Pero, ¿quiénes ganan con las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Costequi?
Los que, desde adentro y sobre todo desde afuera del Gobierno, reclaman mano dura como única receta frente al reclamo social.
Los que apuestan al caos para imponer recetas económicas y aspiraciones políticas personales a una sociedad aterrada y demandante de orden a cualquier precio.
Las organizaciones que necesitan esta represión y estas muertes paralegitimar un discurso y una acción política donde los valores aún deteriorados de la democracia funcionan como obstáculos hacia un objetivo supuestamente revolucionario.
Conviene aquí hacer una salvedad: las responsabilidades de unos y otros, en los episodios de ayer y en el desarrollo general de la crisis económica, social y política, son sin dudas diferentes.
De hecho, el gran responsable es el Estado, a través del Gobierno nacional y en este caso también del Gobierno bonaerense. Porque es el Estado el que debe asegurar el cumplimiento de la ley y la vigencia de las garantías para los ciudadanos. En este caso, estamos frente a un Estado ineficiente para controlar a los grupos violentos y antidemocráticos, o estamos frente a un Estado salpicado por la delincuencia si los asesinatos de Santillán y Costequi llegaran a ser obra de agentes policiales.
El Gobierno dice, en estas horas, que está frente a una escalada organizada; que los grupos políticos que impulsan esta acción pretendeninstalar la violencia en la Plaza de Mayo y allí provocar "otro 20 de diciembre", en alusión a la jornada de sangre que cerró el ciclo de Fernando de la Rúa en la Casa Rosada.
Estas señales emitidas desde el Gobierno aluden, sin nombrarlo, al logro más importante de Duhalde en sus casi seis meses de gestión: haber conseguido lo que ayer no pudo mantener.
De hecho, desde enero el Gobierno había contenido el conflicto social sin episodios de violencia abierta, a pesar de la falta de autoridad moral de los políticos ante la sociedad y en medio de la crisis más profunda, extensa y sin horizonte de la historia argentina.
Como siempre sucede en política, algo de lo que se dice es cierto y algo, sin ser necesariamente falso, es manipulado para generar un escenario favorable.
Por eso, vale recordar que los hechos que derivaron en la caída de De la Rúa incluyeron, además de las elecciones perdidas en octubre, elcorralito impuesto en diciembre y el histórico cacerolazo como respuesta a la declaración del estado de sitio, un ingrediente que hoy no está presente: los saqueos que se extendieron desde el interior hasta explotar en el Gran Buenos Aires. Hoy, como entonces, Duhalde y el PJ bonaerense mantienen bajo control la protesta social en el conurbano y eso les da un argumento fuerte para justificar ante los factores de poder su permanencia en el Gobierno.
Pero es cierto, también, que colocado bajo sospecha política por los EE.UU.; sometido a las presiones del FMI para las que no encuentra respuestas; impotente para reordenar la economía, frenar el agravamiento de la pobreza, dar solución a los ahorristas confiscados y hacer funcionar al sistema financiero; con dificultades para organizar una salida electoral razonable y ahora acechado por la violencia, el Gobierno afronta su momento más difícil.
El problema, en todo caso, no es el Gobierno sino lo que representa: un intento, quizá el último, de conservar una democracia que, algún día, quizá sea capaz de mejorarse a sí misma. 




Diario La Nación 27-06-2002 
Título de tapa: Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la policía. 

Crónica: 

La crisis: 90 heridos y 160 detenidos por la violencia en Avellaneda 

DOS MUERTOS AL ENFRENTARSE PIQUETEROS CON LA POLICÍA

Grupos radicalizados de izquierda destrozaron negocios y quemaron autos y colectivos 

Un grupo de piqueteros se enfrenta con la policía
en la bajada del puente Pueyrredón, sobre Pavón.
Foto Martín Lucesole 



Un grupo de piqueteros se enfrenta con la policía en la bajada del puente Pueyrredón, sobre Pavón. Foto Martín LucesoleVer más fotos
Dos piqueteros muertos, 90 heridos y 160 detenidos en medio de una gresca de violencia inusitada con la policía bonaerense, en Avellaneda, derrumbaron ayer la convicción del gobierno de Eduardo Duhalde de que el conflicto político y social había sido contenido.

El descontrol desatado en las inmediaciones del puente Pueyrredón, cuando unos 500 militantes de organizaciones radicalizadas de desocupados y provocadores políticos intentaban cortar el camino, agregó otra señal de alarma en la sociedad, que deberá soportar hoy una marcha de protesta a la Plaza de Mayo y un paro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), en condena -así lo han llamado- por lo sucedido.
El jefe del operativo de seguridad en el puente, comisario Alfredo Franchiotti, aseguró que sus fuerzas no portaban proyectiles de plomo y acusó a los piqueteros de disparar con armas de fuego.
Desde el Gobierno, el secretario de Seguridad Interior, Juan José Alvarez, fue el enviado de Duhalde para brindar por la noche las explicaciones oficiales.
El enfrentamiento comenzó a mediodía y duró apenas cinco minutos, suficientes para provocar víctimas y destro-zos sin precedente en lo que va del año.
Una columna de piqueteros sorprendió por la espalda el vallado policial montado para proteger el puente Pueyrredón, mientras otro grupo de manifestantes lanzaba piedras y palos.
De inmediato, la policía intentó desalojar a los revoltosos con gases lacrimógenos. En la huida, los manifestantes destrozaron vidrieras de comercios en Avellaneda e incendiaron decenas de coches estacionados en la zona. Sonaban disparos. Unos minutos después se sabría que no eran sólo balas de goma.
La persecución se extendió por los alrededores del puente. De hecho, uno de los muertos fue hallado en el hall de la estación de trenes de Avellaneda.
El jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, había advertido el martes que el Gobierno no toleraría nuevos cortes de rutas y de calles, en respuesta a la convocatoria de los sectores más radicales del movimiento piquetero a una jornada de protesta nacional.
El Polo Obrero (PO), el Movimiento Territorial Liberación (MTL), la Coordinadora Aníbal Verón, el Movimiento Teresa Rodríguez, el Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados y la organización Barrios de Pie fueron algunos de los que organizaron esas manifestaciones.
Por la mañana, el subsecretario de Seguridad, Carlos Vilas, había reiterado que se realizaría un "importante operativo de control" en el cual no habría errores.
En todos los accesos a la ciudad se desplegaron desde temprano fuerzas policiales y de la Gendarmería Nacional para contener las protestas. La Panamericana, el puente Uriburu y el puente Saavedra eran algunos de los caminos en los que se esperaban bloqueos del tránsito.
Pero la tensión se concentró en Avellaneda. "Esta gente venía con toda la intención de pelear con nosotros... Con palos, armada, con trapos cubriendo su cara. No digo que se trataba de un ejército, pero es gente que iba a combatir", señaló luego el comisario Franchiotti.
Fuentes de la Gendarmería Nacional y de la policía bonaerense se preguntaban cómo los agentes que integraban el operativo de seguridad pudieron ser sorprendidos por la retaguardia, algo que nunca ocurre en este tipo de protestas.
Desde el Gobierno, altos funcionarios sugerían anoche que lo ocurrido pudo ser un enfrentamiento entre sectores antagónicos del movimiento piquetero.

CAOS DEBAJO DEL PUENTE

Enrique Pini, un vecino de Avellaneda que se presentó a declarar tras los sucesos, relató a LA NACION que vio cómo dos piqueteros arrojaban armas de fuego a la calle durante su huida.
Un colectivero que pasaba por el lugar denunció en la comisaría 1a. de Avellaneda que otro grupo de encapuchados lo asaltó con escopetas Itaka y pistolas automáticas poco antes del enfrentamiento. Luego incendiaron el vehículo con bombas molotov.
El relato fue difundido por el jefe del operativo, que tenía una herida en el ojo izquierdo. Un piquetero lo golpeó salvajemente por la espalda mientras hacía declaraciones a la prensa en el hospital Fiorito, adonde habían sido trasladadas las víctimas.
Con un sector importante de Avellaneda devastado por los efectos de la batalla campal, la tensión se trasladó al centro asistencial, donde un grupo de piqueteros se concentró para pedir información sobre los heridos y continuar con la protesta.
Uno de los directores del hospital, Walter Capote, anunció que los manifestantes fallecidos son Darío Santillán, de 21 años, militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús, y Maximiliano Costeki, de 25, integrante del grupo Aníbal Verón.
Otros cuatro piqueteros continuaban internados, dos de ellos en estado delicado, después de ser operados. Al igual que las víctimas mortales, habían recibido impactos de balas de plomo, dijeron en el hospital.
En total, 20 heridos ingresaron en ese centro de salud, dos de ellos eran policías. Otros lesionados de menor gravedad fueron atendidos en Wilde y en Lanús.
Mientras se conocía el trágico resultado del enfrentamiento, la policía desalojaba sin provocar heridos otros tres accesos a la Capital.

TARDE DE REFLEXIÓN 

Poco después de las 16, el presidente Duhalde se encerró en una reunión con la mayor parte de su gabinete para analizar lo sucedido. Al rato se enteró de que los piqueteros convocaban para una marcha a la Plaza de Mayo, que se realizará hoy.
Raúl Castells, líder del Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados, llamó a provocar un levantamiento popular. "Vamos por otro 20 de diciembre que ponga fin a este desastre. Estos hechos marcan el fin de un gobierno cipayo al Fondo Monetario Internacional (FMI)", enfatizó en una conferencia de prensa al convocar a este nuevo desafío.
La Central de Trabajadores Argentinos (CTA) informó, pasadas las 17, que acompañará la manifestación con un paro activo.
Para esa hora, las inmediaciones de la Casa de Gobierno y del Congreso ya estaban valladas y la Policía Federal copaba las calles.
Militantes y dirigentes de ARI y varios partidos de izquierda improvisaron una protesta en la Plaza de Mayo al caer la noche, que terminó sin que se produjeran incidentes. Un grupo de jóvenes con banderas de la asociación Madres de Plaza de Mayo cortó la avenida Callao, frente al Congreso, y fue repelida por la policía con gases lacrimógenos.
El edificio del Parlamento había sido desalojado a las 15, a raíz de una amenaza de bomba recibida en la central telefónica.
Otros manifestantes volvieron a esa zona por la noche y quemaron una carpa instalada por seguidores del ex golpista Mohamed Alí Seineldín.
El secretario Alvarez prometió luego que se investigará lo sucedido "hasta las últimas consecuencias" y reiteró el argumento de que los piqueteros habían iniciado la agresión.
"No había con quien dialogar. Hemos demostrado en seis meses una enorme prudencia en el uso de las fuerzas de seguridad. Debemos preguntarnos qué cambió. ¿Fuimos nosotros o los que protestaron fueron otros?", se preguntó el funcionario. Duhalde seguía a última hora de ayer reunido con sus colaboradores, con la intención de diseñar un esquema de prevención. Espera hoy otra jornada tensa, de esas que creía parte de su pasado.

Editorial:


DEL PIQUETE A LA TRAGEDIA

(sin firma)

Era de suponer que las tensiones que desatan habitualmente actos ilícitos como los cortes de caminos por organizaciones de piqueteros iban a provocar algún día un trágico saldo como el producido ayer en Avellaneda.
Por lo menos dos muertos, casi un centenar de heridos y 160 detenidos fue la consecuencia de las refriegas entre manifestantes y efectivos policiales de la provincia de Buenos Aires, al cabo de una jornada de protesta que tuvo su centro a la entrada del puente Pueyrredón, donde medio millar de piqueteros bloqueaban el paso vehicular.
Al ser desalojados del puente, los manifestantes se replegaron por la avenida Mitre y rompieron a pedradas y palazos las vidrieras de locales comerciales y los parabrisas de una veintena de automóviles, además de incendiar dos colectivos en la avenida Pavón.
Corresponde lamentar estos tristes episodios de violencia y, de manera especial, la irreparable pérdida de vidas humanas. Si bien la Justicia deberá investigar a fondo los sucesos, poniendo particular esmero en determinar si la policía bonaerense utilizó balas de plomo –algo que las autoridades de la fuerza de seguridad se han empeñado en negar– como las que habrían ocasionado la muerte de dos personas, caben también otras consideraciones sobre el origen de estos acontecimientos.
Nadie puede desconocer, ciertamente, las penurias socioeconómicas que afectan a la Argentina y especialmente a los sectores más desprotegidos de su población, que sufren las dramáticas consecuencias de una recesión galopante y de un índice de desempleo sin precedente en nuestra historia. Pueden o no compartirse muchas de las demandas de los grupos de manifestantes que recurren con llamativa asiduidad a cortar rutas o calles, pero nadie que defienda las instituciones de la República y la vigencia de las leyes podrá estar de acuerdo con su metodología.
El mecanismo de protesta de los piqueteros, lamentablemente extendido a lo largo y ancho del territorio nacional, viola preceptos constitucionales, tales como los que garantizan los derechos de trabajar y de transitar libremente por nuestro suelo, al margen de ocasionar severos perjuicios económicos al impedir el paso de distintos medios de transporte de pasajeros y de carga, que no pueden llegar a tiempo a sus destinos. Si a esto se añade que buena parte de quienes organizan los piquetes concurren armados, como mínimo con palos y otros objetos contundentes, no hace falta abundar en más precisiones para concebir a estas manifestaciones como auténticos hechos de violencia.
Frente a estas situaciones, y a partir de esta violencia originaria, no caben dudas. El deber de las autoridades es garantizar el respeto a la ley, evitando provocaciones y atropellos de imprevisibles consecuencias.
No parece sensato hablar de represión indiscriminada cuando las imágenes de la televisión mostraron a los manifestantes de Avellaneda en una actitud francamente hostil, como si desde el comienzo estuvieran dispuestos a enfrentarse con las fuerzas del orden.
Es de esperar que desde distintos sectores de la sociedad y desde la Justicia no se insista en equivocados criterios –como los expuestos con motivo de los trágicos incidentes en la Plaza de Mayo, en diciembre último– por los cuales quienes actúan conforme con la ley terminan siendo castigados por cumplir con su deber, mientras que los generadores de los desórdenes no reciben sanción alguna.
Lo sucedido ayer no es más que el producto de acciones delictivas que han superado todos los límites a los que debe acotarse la legítima protesta, violando libertades básicas de toda la población. Es en buena medida responsabilidad de las autoridades, que han dejado llegar demasiado lejos a las organizaciones piqueteras. Cuando un corte de ruta, que es una flagrante violación de la Constitución, es seguido por una negociación con sus promotores y por concesiones ante sus reclamaciones, sólo cabe esperar que su metodología violenta se convierta en sistemática. Si unos y otros no comprenden esto, será imposible crear condiciones para la paz social y la convivencia y la escalada de violencia será cada vez más difícil de detener.





Diario Página/12   27-06-2002 
Copete: Una salvaje represión policial tras un choque con los piqueteros provocó dos muertos y 4 heridos graves con balas de plomo.
Título de tapa: Con Duhalde También
Epígrafe: Una de las víctimas mortales, en el piso de la estación Avellaneda. A la derecha, un policía llega al lugar. Los dos muertos recibieron impactos de bala, igual que otros siete de los heridos. (Foto: P. Mateos)



LOS ASESINATOS SE COMETIERON LEJOS DEL PUENTE DONDE COMENZÓ LA PROTESTA
La cacería policial terminó con dos muertos a balazos
Las fuerzas de seguridad tomaron una parte de Avellaneda para cazar a los piqueteros que antes habían sido dispersados en el puente Pueyrredón, acceso clave a la Capital Federal. Y la cacería fue sangrienta: dos muertos, 90 heridos, varios de ellos con balas de plomo, más de 150 detenidos.
  
Por Laura Vales

Los dos muertos llegaron al Hospital Fiorito sin documentos, con inocultables heridas de bala. Uno con un disparo en la espalda, a la altura del glúteo. “Un chico muy joven, de menos de 25 años”, describió la médica que lo recibió en la guardia. El otro con un balazo en el pecho. No hubo nada que hacer, los dos llegaron fríos. Los familiares reconocieron los cuerpos varias horas más tarde: Darío Santillán, de 21 años, y Maximiliano Costeki, de 25. Ambos pertenecían a la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Por lo que se sabe hasta ahora, cayeron escapando de la policía, uno de ellos porque decidió auxiliar a otro herido, los dos bastante después de iniciado el operativo de represión que la bonaerense desató en la bajada del Puente Pueyrredón como inicio de una cacería que prolongó durante varias horas por las calles de Avellaneda.
La represión empezó sin previo anuncio, con un incidente cuyo origen se pareció a un error o a un acto de estupidez. Tal como estaba previsto, piqueteros de cuatro organizaciones (la Coordinadora Aníbal Verón, el Movimiento de Jubilados y Desocupados de Raúl Castells, el Bloque Nacional y Barrios de Pie) se concentraron desde las once de la mañana en el acceso que comunica Avellaneda con la Capital. La jornada de protesta de ayer incluía el corte de cinco puentes, pero la interrupción del de Avellaneda había quedado a cargo de los de la Verón. Por eso se vio allí a mayoría de desocupados de ese sector, fuertes en el sur del conurbano.
Sus integrantes se reunieron para marchar frente a la estación de trenes de Avellaneda. A las once y media de la mañana habían formado una columna de doscientos metros de largo a lo largo de la avenida Hipólito Yrigoyen, tres cuadras antes del puente.
Un segundo grupo de manifestantes, encabezados por la mujer de Raúl Castells, Nina Peloso, los esperó frente al Bingo Avellaneda. Había sol, y las mujeres se dedicaron a sacar pequeñas viandas de sus bolsos para almorzar. En la calle no se veían chicos. La gente los dejó en casa porque existía temor por una eventual represión, aunque nadie pensaba que podría ocurrir de la manera brutal y sin preámbulos en que después sucedió.
–Espero que antes de darnos palos nos avisen –dijo Nina Peloso a Página/12, entre la preocupación y la broma, mientras esperaba la llegada de los otros manifestantes.
Tampoco Darío Santillán, el más joven de los muertos del día, imaginaba lo que iba a pasar. Página/12 lo cruzó en la misma vereda donde las piqueteras comían su almuerzo. Santillán había acompañado al diario poco tiempo atrás a hacer una nota en el barrio La Fe, donde el MTD de Lanús tiene una fábrica de ladrillos huecos con la que los habitantes del asentamiento quieren reemplazar sus casas de chapa. Tras el encuentro hubo una suerte de charla informal. Darío parecía despreocupado. Anoche sus compañeros contaron que lo vieron por última vez en la estación Avellaneda, donde decidió quedarse para auxiliar a un herido.
Un tercer grupo de manifestantes se reunió en la plaza Alsina, a varias cuadras de distancia. Quince minutos antes del mediodía, las dos columnas más alejadas del puente empezaron a marchar para confluir en él. Un helicóptero sobrevolaba el área, mientras abajo se apostaban efectivos de la policía y la prefectura.
Lo imprevisto pasó apenas la gente llegó al lugar del corte. Con el grupo de manifestantes de la Verón delante (justo en la bajada del Pueyrredón) y otro detrás (los de la Plaza Alsina, que iban caminando por la avenida Mitre), la infantería tendió un cordón policial en el medio. Esa línea de uniformados quedó parada, atravesando la calle, hasta que tuvo a las dos columnas a diez centímetros de distancia. Es la que mostraron, aunque acotada por el ancho de la pantalla, algunos canales de televisión. Cuando policías y piqueteros estuvieron cara a cara empezaron los empujones, los forcejeos, las trompadas. Diez segundos más tarde la policía lanzó el primer gas lacrimógeno y un minuto después la gentecorría en desbandada, escapando de los disparos. A partir de allí la represión se extendió en un crescendo que se pareció bastante a una cacería.
Norma Giménez corrió hacia atrás, buscando regresar por Mitre hacia la Plaza Alsina. Calcula que habría hecho la primera cuadra cuando sintió los disparos en la espalda: cuatro balas de goma de que atravesaron su campera, el suéter, una camiseta, antes de lastimarle la piel. A su sobrino Leonardo Torales le fue peor: una bala le atravesó el pulmón y tuvo que ser operado de urgencia. Norma dice que vio francotiradores sobre el puente peatonal pegado a la entrada del Pueyrredón. “Ibamos corriendo por la avenida, gritando que no nos tiren y vimos caer a otro chico en una esquina”, relató a Página/12 en el Hospital Fiorito.
Otros corrieron por Hipólito Yrigoyen buscando llegar a la estación de Avellaneda. La intención era que los piqueteros de más edad pudieran subirse a un tren para salir de la zona. La policía tiró gases lacrimógenos dentro de la estación. Allí murió por lo menos uno de los manifestantes, posiblemente Darío Santillán.
La diputada porteña Vilma Ripoll habló más tarde con un testigo que, al parecer, auxilió en el lugar. “Encontró a un pibe tirado en el piso, sangrando, al que la policía quiso levantar para llevárselo preso. Este hombre vio que el chico se estaba muriendo y les pidió que pararan, porque lo estaban arrastrando como si fuera un saco de papas”, contó ayer. “El pibe tenía un tiro en la zona lumbar y sangraba. Cuando el hombre insistió en que el chico estaba muy mal, lo metieron en un vehículo y lo llevaron al hospital.”
Unos ochocientos manifestantes intentaron mantenerse sobre la Yrigoyen, pero la cantidad de gases lacrimógenos en el aire era tal que era imposible permanecer en el lugar sin desmayarse. Todo estaba envuelto en una neblina irrespirable. La avenida se convirtió muy pronto en una zona de guerra: los uniformados avanzando, tirando gases y disparando sobre el tumulto, los manifestantes más jóvenes tirando molotovs dentro de los locales comerciales, armados con honderas y piedras. Algunos arrancaron marquesinas de publicidad y trataron de armar barricadas para volver a cortar la calle, pero los gases no los dejaron permanecer.
Cien metros antes de llegar a la estación quedó el esqueleto de un colectivo incendiado. Según dijo la policía, por piqueteros que subieron con un fusil.
En la calle hubo persianas bajas y gente espiando desde los techos, con miedo a todo: a la policía y a los manifestantes. Allí donde el tráfico no estaba cortado, los heridos trataban de llegar al hospital o al menos alejarse del área. Pasó un grupo de cinco personas cargando a la rastra a una mujer desmayada. Los automovilistas continuaron su camino ignorando los pedidos de auxilio.
Pasó un hombre con una pierna baleada, apoyándose para caminar en el hombro de otro. El dúo consiguió entrar a la estación de Gerli, pero una vez dentro tiraron más gases y tuvo que volver a salir. Los curiosos que se habían asomado cerraron puertas y ventanas a su paso. Si tuvieron suerte, habrán podido treparse a algún colectivo.
La columna central fue así retrocediendo, desgajándose por las cuadras adyacentes, recibiendo nuevas cargas por patrulleros que llegaban cada tanto desde los costados. Una vez dispersada en grupos menores, la gente era detenida. Más de 50 personas fueron rodeadas, en Mariano Acosta al 1300, y trasladadas a la comisaría 1ra de Avellaneda. Los dirigentes piqueteros dijeron ayer que a la medianoche aún faltaba que unos treinta volvieran a sus casas.
La tarde terminó con 160 detenidos, 90 heridos y los dos muertos. La policía no tuvo heridos de bala. Sólo el jefe del operativo, comisario Alfredo Franchiotti, dijo que lo había lastimado un proyectil. Tenía un raspón en el cuello, y un ojo morado producto de la furia de los familiares que le pegaron en el Hospital Finochietto, cuando el oficialintentó acercarse a los medios para ostentar el rasguño. El comisario, golpeado y todo, se dio el gusto de difundir su versión de lo sucedido: “Actuamos porque esa gente iba dispuesta a combatir”, dijo a las cámaras. “Nos dimos cuenta por sus cánticos”.



LA CRISIS CAUSÓ DOS NUEVAS MUERTES (documental 2007)

Director: Patricio Escobar y Damián Finvarb
Escritor: Patricio Escobar
Lanzamiento: 2007
Género: Documental
Origen: Argentina
Lenguaje: Castellano

El miércoles 26 de junio de 2002, las organizaciones piqueteras cortaron el transito en el Puente Pueyrredón. Durante la brutal represión, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados por la policía.

El documental que les presentamos muestra toda la información con la
que se cuenta actualmente al respecto, y sin embargo su interés es
otro: analizar cual fue el tratamiento de este hecho por parte de los
medios de comunicación, más específicamente el diario Clarín, el más importante de Argentina y uno de los más importantes de América Latina.

Apenas pocas horas después de los hechos, los medios contaban con la
secuencia registrada por dos fotógrafos, que demostraba más allá de
toda duda que las muertes habían sido provocadas por la policía. Y sin
embargo, al día siguiente, el Gran Diario Argentino tituló: “No se sabe aún quienes dispararon contra los piqueteros - La crisis causó dos nuevas muertes“, en coincidencia de la teoría barajada por el gobierno, de que se trataba de un choque entre grupos extremistas.

Ni Franchiotti, ni la fuerza policial, ni el gobierno de Duhalde. Fue la crisis. Si, la crisis.

Descarga el documental












Las condenas



Alfredo Fanchiotti
·         El ex comisario de la policía bonaerense fue condenado a prisión perpetua por doble homicidio agravado.

Alejandro Acosta
·         El ex cabo y ex chofer de Fanchiotti fue sentenciado a prisión perpetua por doble homicidio agravado.

Félix Vega
·         El ex jefe de la Departamental Lomas de Zamora fue condenado a cuatro años de prisión por encubrimiento agravado.

Mario de la Fuente
·         El ex policía bonaerense fue sentenciado a cuatro años de prisión por encubrimiento agravado.

Lorenzo Colman
·         El ex policía bonaerense fue sentenciado a dos años de prisión en suspenso por encubrimiento agravado.

Carlos Quevedo
·         El ex policía bonaerense fue condenado a cuatro años de prisión por encubrimiento agravado.

Gastón Sierra
·         El ex policía bonaerense fue sentenciado a tres años de prisión por encubrimiento agravado.

Celestino Robledo
·         Fue condenado a diez meses de prisión por usurpación de títulos y honores porque actuó como policía y no lo era.


El Tribunal Oral N° 7 de Lomas de Zamora también dispuso ayer que los ocho condenados por las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki queden "inhabilitados" para ejercer cargos públicos.







domingo, 9 de enero de 2011

Imaginate que tu nombre es Jorge

Les dejo un texto de Hernán Casciari, escritor argentino radicado en España, que tomé prestado de su Blog (orsai.es) y que vale la pena releer por estos días.


Pensá por un momento que tenés casi ochenta años. La espalda arqueada, dolor en todos los huesos, problemas para mear. Imagináte que hace casi treinta años mataste a otros, o los mandaste matar, y que ya no te acordás por qué. Estás cansado, el mundo no te pertenece, ni siquiera entendés cómo funciona la videocasetera. Solamente querés disfrutar de tus nietos, ese único remanso posible, y esperar la muerte con serenidad.

Imagínate que entonces, cuando sólo desearías que te dejasen en paz, la Corte Suprema de tu país dice que no, que ahora tenés que ir otra vez a contar tus batallas prehistóricas, que de nuevo tenés que pasar por un calvario que ya has vivido mil veces.

Ahora son las cuatro de la madrugada. No podés dormir. Hacé el esfuerzo de pensar que te duele todo el cuerpo, que ya hace muchos años que dormís más bien poco, pero que ahora, hoy mismo, otra vez el mundo te nombra. Afuera de tu casa hay guardia periodística, los sentís moverse, cuchichear; son como hormigas hijas de puta esperando fotografiar tus arrugas y tus canas. Te dan ganas de matarlos, no solamente porque no te dejan dormir, sino porque parecen felices. Imaginate, hacé el esfuerzo; pensá por un momento que mañana deberías estar disfrutando de tus nietos, en lugar de ir a los tribunales a demostrar dignidad.

Has dormido unos minutos, te has dejado llevar por el cansancio, pero el sueño ha sido breve. Soñaste que eras joven, que se te paraba la pija, que ibas en bicicleta por tu barrio de Mercedes, desde el parque hasta la catedral. Soñaste con tu madre, que ya ha muerto y te adoraba, soñaste vagamente fragmentos de felicidad que hace mucho tiempo has perdido. Imagináte que ése que se despierta sos vos, que sos un viejo, que son las seis y cuarto, y que no tenés ganas de vestirte ni de salir ni de vivir.

Ahora pensá que te llaman, que golpean a la puerta de tu habitación. “Don Jorge”, te dice una voz de mujer (imagináte que tu nombre es Jorge), “lo espera el coche”. Te vestís con los ojos en blanco, te mirás en el espejo y sos una máscara envejecida, sabés que no vas a luchar, que ya no, que es muy tarde. Solamente te crispan los nervios los fotógrafos, esos que tampoco han dormido para verte salir. Si no fuera por ellos, si no fuera por toda la gente que finge su felicidad de venganza tardía, te daría lo mismo. Si no fuese porque todo este circo te quita horas con tus nietos, te daría lo mismo.

Elegís una corbata negra, y el mismo traje que usás para ir a misa. El oscuro. Elegís los mocasines. Elegís no desayunar. Pensá por un momento que tenés casi ochenta años, que hace muchísimo tiempo que no se te para la pija, que no sabés manejar tu teléfono móvil, que las computadoras son máquinas endemoniadas, que tus nietos deberían disfrutarte, y vos a ellos, que te gustaría leer los clásicos que te faltan, y que en lugar de eso vas en un coche con vidrios polarizados por la Avenida del Libertador, y que en la radio te nombran. Te nombran como antes, con toda la boca, y se burlan.

Mirás el paisaje de Buenos Aires por la ventanilla del coche. Lo ves sin verlo, sin reconocer la ciudad. Te duelen los huesos, la corbata se arruga. Suena tu móvil. Tardás siglos en reconocer el botón verde. Por fin lo encendés y decís “hola”. Del otro lado la voz de Maxi, el menor de tus nietos, que te pregunta si vas a ir hoy a la quinta a leerle un cuento. La voz de Maxi. Imagináte la voz que más amás en este mundo, este mundo extraño que ya no es tuyo, imaginate el amor hecho voz. Esa es la voz de Maxi, es como un pájaro joven, es un chico de ojos saltones y sonrisa ladeada, y flequillo, que te quiere porque le has enseñado a andar en bici, que te quiere porque no tiene maldad, que te quiere y te llama por teléfono, y te pregunta si vas a ir a la quinta a contarle un cuento.

Le decís que no, que hoy no podés porque tenés mucho trabajo. Maxi te pregunta “¿y mañana, abu?”. Imagináte esa segunda pregunta, como un puñal en el oído izquierdo, imaginátela mientras tenés ochenta años y te duelen los huesos y viajás en un coche a un interrogatorio que va a durar diez horas. Se te quiebra la voz. Tardás mucho en contestar la segunda pregunta de Maxi. Pensá por un momento que hacía siglos que no llorabas, que hacía miles de años que no se te nublaba la vista ni te temblaba la barbilla. Pensá por un momento que ni siquiera sabés si alguna vez, antes de esta mañana, habías llorado.

Imaginate que ahora estás llorando, que ahora estás llorando como si fueras débil de espíritu y que, mientras llorás, pensás en la quinta y en tus manos llenas de arrugas y en tu nieto que quiere que le cuentes un cuento y en mañana, y que sabés que mañana tampoco. Imaginate que llorás de angustia, que te falta el aire porque pensás en Maxi y en el libro de cuentos a medio leer, que ha quedado sobre una repisa de la quinta, imaginate que te falta el aire y que no podés abrir la ventanilla porque te reconocerían, y que las lágrimas, que son blandas, rebotan contra la corbata de seda negra, y que el chofer, por el espejo retrovisor, te mira.

Imagináte que ves los ojos del chofer a través del espejo. Que tus ojos y los suyos se cruzan en el rebote del vidrio. Imaginate que él también está llorando. Pero que no llora de angustia, que es otro llanto distinto porque también sonríe, como si estuviera viendo una película triste que acaba bien: llora y sonríe. Pensá por un momento que un chofer te lleva en coche. Imagináte que llora y que sonríe. Imaginate que Maxi te sigue preguntando, al teléfono, cuándo pensás ir a la quinta a contarle el cuento.

por Hernán Casciari

El 23 de Diciembre pasado le dictaron otra cadena perpetúa por la represión en Córdoba. En total suman cinco las condenas que deberá cumplir en cárcel común.

sábado, 8 de enero de 2011

Cecilia Cepeda, condenada a muerte

Este articulo fue escrito por el filosofo argentino Por José Pablo Feinmann para la contratapa del diario Pagina/12 el 15 de marzo de 2009. Por esos meses la farándula local se paseaba por los medios locales exigiendo al gobierno por el endurecimiento del accionar policial.


Cecilia Cepeda no se llama Cecilia Cepeda. Es su nombre artístico. El verdadero, nadie lo sabe. Sospechan –los mal pensados– que ha de ser tano o gallego. Eso dicen: tano o gallego. Que es como decir “grasa”. Porque Cecilia Cepeda no da Cepeda. Cepeda, para ella, es demasiado fino. Y ella, de fina, poco. Lo suyo es la contundencia, la estética de la exageración. Su público, que suma legiones, la ama así. Ella no necesita ser otra cosa para que la amen porque la aman como es. Cecilia Cepeda es la reina de la televisión de Argentia, un país del sur que dice ser la capital cultural de América latina, pero muchos sospechan que no. Si lo fuera, ¿tanto amaría su pueblo a Cecilia Cepeda? Transforman en oro todo lo que en ella es otra cosa. Cualquier otra cosa pero no oro. Si es tosca, dicen que eso, en ella, es desenfado. Si habla mal, es porque se le atragantan las palabras, de tantas que tiene para decirle a su público, al que ama. Si acumula amantes a los que luego tira a la calle es porque no tiene suerte en el amor, la pobre. Si es gorda es porque es auténtica. Si es bizca, le queda bien. Si trata mal a su equipo es para formarlos, porque sólo el rigor educa. Para qué seguir. Ama y es amada. Su público ve en ella la alegría, el triunfo en la vida, el derroche gozoso, el lenguaje del pueblo, la sinceridad, la luz que sólo los poderosos despiden, y el amor. Porque ella ama a todos. Y para ella todos son bellos y hasta más que bellos, divinos les dice. Tiene un corazón enorme, expansivo. Ama tan desmedidamente a sus perritos que, si no fuera por lo tanto que se debe a su público, viviría para ellos. Cierta vez –quién podría olvidarlo– uno de ellos murió y fue como si se decretara duelo nacional: nadie se presentó a trabajar y todos la acompañaron al cementerio y lloraron con ella. Ella, de luto, con anteojos negros, con pañuelo blanco en la nariz, despidió al animalito con tres o cuatro ladridos que impresionaron a todos. Fue como oírlo al pequeño una vez más, ya que el bichito era parte de su programa, bailaba en dos patitas, correteaba entre los bailarines, y hasta un día, de vivaracho que era, le meó un zapato a la diva, que lo mandó a la puta madre que te parió animal de mierda con una gracia que deleitó a todos. Sin embargo, el revoltoso bichito no volvió a aparecer en cámara.

Cecilia Cepeda se desplaza en un Mercedes Benz rosa que conduce uno de sus sirvientes más fieles: Miguelito Cantarelli. Ella, que ama a todos, aún más, como si algo así fuera posible, lo ama a él. Con Miguelito han recorrido el mundo, con Miguelito han escuchado la música que ella ama: Pat Boone, Bobby Darin, Frankie Avalon, los cantantes que la marcaron en su infancia o tal vez ya en su adolescencia, con Miguelito han hecho fiestas locas, posmodernas (palabra que Miguelito le enseñó), con esos adorables amigos de Miguelito, tiernos gays que pintan sus cuerpos de dorado, que bailan como demonios o como ángeles, siempre maravillosamente, y que ella recibe con dulzura, con su sonrisa de enormes dientes, baila toda la noche con ellos, se embriaga con ellos, se harta de ellos y al amanecer los echa apelando a sus gritos más roncos y más toscos y a ciertas expresiones inusuales: mariquitas, invertidos, petiteros putos del Petit Café, comilones, marcha atrás y otras definiciones del viejo pasado que –más que ofender a los bailarines gay, que se retiran sin más– revelan la lejanía de ideas que en ella aún permanecen, obstinadamente.

Un día, Miguelito la deja en la puerta de su mansión en la banlieue de Baires y ella, olvidadiza, le confiesa: “Hoy pasamos por Piaf y vi un vestido de noche divino, divino. Vos ibas muy rápido, tonto. Y no pude detenerte y comprarlo. Andá vos. Es uno negro, escotado y extra large”. Le da 20.000 dólares. “Con lo que te sobre comprá dos botellas de Chivas. Me compré todas las temporadas de 24. ¿Sabes, Miguelito? Siempre que Jack Bauer tortura a alguien tengo un orgasmo.” Esa noche, Miguelito no vuelve. A la mañana lo encuentran muerto en un lugar poco elegante de Berazategui, zona suburbana de por sí no muy fina. Miguelito tiene la garganta cortada de lado a lado. Y de los 20.000 dólares, nada. Aquí empieza la etapa fundamental en la vida de Cecilia Cepeda. Enloquece acaso. Pero enloquecer por una causa justa, ¿es enloquecer? Piénsenlo. Muerto Miguelito, Cecilia (luego de anunciar en los diarios que ese día dirá en su programa palabras de importancia nacional) las dice: “Lo que falta en este país es el castigo que la Biblia nos enseña. ojo por ojo, diente por diente. Miguelito Cantarelli está muerto. Su asesino, vive. Pero no bastará con atraparlo. Debe morir. Amores míos, divinos de mi corazón, seamos sinceros: ¿no debe morir el que mata? ¿No debe recibir el mismo castigo que él ha propinado? ¡Sí, digamos sí! Vayamos a nuestra Plaza Mayor y en la cara vacilante de este Gobierno cobarde pidamos: ¡Muerte al que mata!”. Y entonces (¡oh, entonces!) Cecilia arriesga su apuesta más temeraria. Lo hace porque es valiente. Porque se atreve a asumir para sí lo que pide para otros. Ella, que nada tiene que ver con el común de la pobre gente, se incluye en ese mundo, se pone a la altura de los miserables mortales, y acepta compartir los riesgos de todos. ¡Sublime, exclaman sus devotos, sublime! Porque Cecilia Cepeda dice: “Oigan bien, mis amores. Escuchen mis palabras directrices. Pueblo entero de mi patria. Aun aquellos pocos que no se ven mi programa, y que ya lo verán. ¡Si yo, Cecilia Cepeda, matara a alguien, porque la vida es compleja y nadie sabe en qué encrucijada del destino puede hallar su perdición, exijo para mí la pena de muerte! Así como exijo al Parlamento su inmediata promulgación. Basta de farsas. El que mata, muere. Si el que mata sabe que morirá, ya no habrá más muertes. ¡Vamos, mis amores, mis divinos, recorran las calles de la República y pregonen este credo de paz, de paz social, de amor por los sanos, por los inocentes!”.

Regresa tarde esa noche a su casa. La espera Haroldo Irurzúa, su actual amante. “¿Escuchaste mi sermón?”, pregunta ella, henchida de orgullo. “Me importa una mierda tu sermón. Te dejo. No te aguanto más.” “Eres impredecible, Haroldo.” “Más de lo que vos pensás. Tengo grabadas todas nuestras maratones sexuales, hetaira insaciable. Si tus divinos llegaran a verlas advertirían lo que eres: una pobre mujer dominada por tus compulsiones sexuales, que te llevan a todo. Más que nada a la impudicia.” No es nuevo esto para Cecilia. Le ha pasado con cada amante que tuvo. Siempre recurre al mismo recurso. En general, ha fallado. Tal vez su puntería no sea una de sus virtudes. Pero hoy, furiosa, demente, incapaz de controlar su pulsión de muerte, agarra un sólido cenicero de vidrio compacto, que donde golpea desgarra, donde desgarra lo hace muy adentro, muy profundamente, y si logra hacer esto, mata. Lo tira con una fuerza –digamos– titánica sobre Haroldo Irurzúa. Le acierta en el medio de la frente. Y la cabeza del fogoso amante explota como un misil norteamericano en Irak. Todo el departamento se tiñe de sangre. Cecilia no pierde la calma. ¿O no tiene a su servicio al mejor abogado del país? Lo llama por teléfono. “Cuneo, venite para casa.” Tal vez al surgir el nombre “Cúneo” hayan pensado ustedes en un famoso abogado del imponderable decenio menemista, durante el cual Cecilia Cepeda brilló más que nunca en su vida. Mas no: se trata de otro “Cuneo”. Cuneo Liberatti, acaso amigo o socio del otro, pero no el mismo. Liberatti llega a la casa de Cecilia. Y dice: “Nena, esta vez sí que la embarraste”. “Inútil, sorete petulante, arrugás ante el primer problema verdadero. Sacame de ésta, letrina. Para eso llevo pagándote fortunas durante años.” Cecilia Cepeda va a la cárcel. Ahí la reciben jubilosamente, mas le destinan una celda común. Cerca de ella está el general Videla, a quien Cecilia admira apasionadamente. Sostienen amigables conversaciones. Ella no lo duda: saldrá prestamente de ahí.

Dos días después la visita Cúneo Liberatti. “Cecilia, querida, reconoce que cometiste un asesinato.” “¿Y que? En este país no hay pena de muerte. En dos semanas estoy afuera.” “Lo dudo, mi amor. Admiro tu poder sobre el pueblo argentio. Han hecho de tus palabras un dogma. Han marchado a la Plaza Mayor y le han exigido al Gobierno la pena de muerte. El Gobierno la derivó al Congreso y los congresales, temerosos de ser masacrados por tus furiosos fans, han declarado la pena de muerte.” Cecilia Cepeda –que estaba de pie– se cae de culo sobre la mísera butaca de su celda, a la que casi quiebra. “¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo, rata de expedientes que apestan a corrupción?” “No, Cecilia. Es un espectáculo conmovedor. Te son fieles por completo, hasta el final.” “¡Carajo, mi final!” “Tú lo dijiste. ‘Cecilia lo dijo’, claman. Son multitudes, cariño. ‘¡Si yo, Cecilia Cepeda, matara a alguien, exigiría para mí la prueba de muerte’. ¿Dijiste o no dijiste eso, amor?” “¡Me cago, sí!” “Pues bien, ellos exclaman: ‘Lo ha hecho. Ofrece su vida por la más noble de las causas. Ha matado para demostrar su verdad: el que mata tiene que morir. ¡Que muera, Cecilia Cepeda! Muerta la vamos a amar más que nunca. Porque su integridad, su valor, su fidelidad a sí misma, nos deslumbran. ¡Qué ejemplo para este país de corruptos!” Cecilia volvió a enloquecer: “¡Hijos de puta! ¡Brutos! Basura, siempre supe que eran basura. ¿Cómo no iban a ser basura si me seguían a mí?”. Su abogado dijo: “Y hasta la muerte, querida”.

La guillotinaron. Al saber que su perfume predilecto era Ma Griffes N5 dijeron: “Sin duda, se impone la guillotina”. Embalsamaron su cabeza y la pusieron en la entrada del canal de sus éxitos. Pasó a ser uno de los símbolos más puros de este país que no los derrocha. Una mujer que murió por sus convicciones. Nada menos. Dios salve a Cecilia Cepeda. Dios salve a nuestro país capaz de dar al mundo personajes de tan elevada estatura moral.

Por José Pablo Feinmann

Las 10 Estrategias de Manipulación Mediática

Un texto del lingüista norteamericano Noam Chomsky donde elaboró la lista de las “10 Estrategias de Manipulación” a través de los medios. Este tipo de manipulación es sistemática y se puede aplicar a todos los países del primer y tercer mundo. Entonces, siguiendo la lógica de los medios oligopólicos argentinos, cabe preguntarse: ¿Chomsky es K?


1. La estrategia de la distracción

El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones.

Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.

3. La estrategia de la gradualidad.

Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.

4. La estrategia de diferir.

Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad.

La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.

Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.

Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.

Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…

9. Reforzar la autoculpabilidad.

Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. Y, sin acción, no hay revolución!

10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.

En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.

EL HOMBRE QUE VENÍA

¡Bienvenidos!


Se me ocurrió inaugurar este Blog con un texto que leí en Pagina12 en Noviembre del 2010 pero que fue escrito por el politólogo ya fallecido Nicolás Casullo en mayo de 2002, un año antes de que Néstor Kirchner llegara a la presidencia y antes incluso de que fuera realmente un candidato. Es increíble como el texto retrata el personaje que el gobernador santacruseño podría llegar a ser y en muchos aspectos lo que realmente luego fue para la política Argentina. Para quienes entonces no lo conocían y para quienes aún hoy creen que nació en el 2003.


¡Disfrutenlo!


Néstor Kirchner representa la nueva versión de un espacio tan legendario y trágico como equívoco en la Argentina: la izquierda peronista. En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si hubiese olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después del saqueo ideológico, cultural y ético menemista. Convocatoria kirchneriana por lo tanto a los espíritus errantes de una vieja ala progresista que hace mucho tiempo pensaba hazañas nacionales y populares de corte mayor.

Revolotean escuálidos los fantasmas de antiguas Evitas, CGT Framinista, caños de la resistencia, Ongaro, la gloriosa JP, la Tendencia, los comandos de la liberación, ahora sólo eso, voces en la casa vacía. Por eso un Néstor Kirchner patagónico, atildado en su impermeable, con algo de abogado bacán casado con la más linda del pueblo, debe lidiar con la peor (que no es ella, inteligente, dura, a veces simpática) sino recomponer, actualizar y modernizar el recuerdo de un protagonismo de la izquierda peronista que en los ’70 se llenó de calles, revoluciones, fe en el General, pero también de violencia, sangre, pólvora, desatinos y muertes a raudales, y de la cual el propio justicialismo en todas sus instancias hegemónicas desde el ’76 en adelante, renegó, olvidó y dijo no conocer en los careos historiográficos. De ahí que en las nuevas generaciones de jóvenes de los últimos 20 años, las crecidas entre Luder y Menem, aquel “peronismo de izquierda” no dejó datos ni rastros: las nuevas generaciones medias no alcanzan a descifrar ese rótulo como algo digno de ser pensado. Por eso, como espacio histórico dramático y fallido, lo de Kirchner tiene el signo de la nobleza, del respeto a una generación vilipendiada con el mote de puro guerrillerismo. Es fiel a una memoria fuerte del país que ningún peronista “referente” se animó a aludir en la nueva democracia, y también signo de aquellos fatalismos. Larga es la lista de enemigos internos y externos de esa izquierda nacional en el movimiento desde 1953 hasta hoy: los “cobardes, entreguistas, traidores, claudicantes, negociadores, burócratas, mariscales de la derrota, antipueblo” y finalmente esa extraña y exitosa ecuación de modernización y renovación justicialista que desembocó en el menemismo-liberal que enamoró a todos los poderes reales en la Argentina. Lista de defecciones tan eterna y concreta que casi terminó siendo, desde 1955, la historia real del peronismo. La de sus defecciones.

En esa temeraria pelea está inscripto hoy el santacruceño. Según muchos, Kirchner asume la responsabilidad de una pieza semiarqueológica: los militantes peronistas “setenteros”, ahora cincuentones, quienes viven la biografía del movimiento del ’45 como sentados en una estación abandonada y ventosa muy al sur del país por donde volver a pasar, aunque todavía no se note, ni se crea, ni se oiga, aquel verdadero tren de la historia que algún día podrá llenar de humo purificador la patria.

Sentados en el andén vacío y destartalado, como a una hora señalada, los del grupo toman mate, hacen muñequitos de madera con las navajas, parrillan corderitos en la estación sin nadie, miran de soslayo por si se acerca alguien, y achican los ojos cada tanto con las manos de visera en pos de un imaginario punto negro, lejano, que se vaya agrandando sobre las vías con su silbato anunciador. La cuestión es no dar demasiados datos de esa espera. Por eso Kirchner habla rápido, a veces medio desprolijo, o deambula confusamente entre cámaras de noticiero tratando de coincidir con la memoria de los mártires, con el subsuelo del tercer cordón ex industrial, o con una histérica cacerolera de Belgrano R. Porque en realidad está diciendo algo difícil, complejo, discutible, pero a lo mejor por eso profundamente cierto en cuanto a por cuál sendero se sale realmente de este entuerto, donde el país se desbarranca por la ladera, perdida toda idea de sí mismo, toda imagen nacional.

Es posible que no sea candidato, o mejor dicho que no le alcance el envión entre los sueños solapados del presidente Duhalde, las encuestas optimistas de De la Sota, la coincidencia de los poderes con Reutemann, las infinitas “re-reelecciones” de Menem, el caradurismo simpático de Rodríguez Saá. Desgarbado, lungo, de palabra directa, está último en esa lista, cuando cada tanto viene del sur para exigir elecciones ya. Para decir que va por adentro o va por afuera pero no va a entrar en ninguna trenza. Lo converso con mis amigos y el 80 por ciento no lo ubica, lo semitienen en algún rincón de las imágenes del consciente pero no del todo. Les digo que es el fantasma de la tendencia que vuelve volando sobre los techos y sonríen como si les hablase de una película que no se va a estrenar nunca porque falta pagar el master.

Si rompe con el peronismo corre el eterno peligro de quedarse solo, ser simple izquierda, ser no “negocio”. Si se queda adentro, ya nadie sabe en qué paraje en realidad se queda: corre el peligro de no darse cuenta un día que él tampoco existe.

En ese maltrecho peronismo que vendió todas las almas por depósitos bancarios, Kirchner es otra cosa: insiste en dar cuenta de que ésta no fue toda la historia. Que hay una última narración escondida en los mares del sur.

por Nicolás Casullo, mayo de 2002.